jueves, 15 de julio de 2010



Puede decirse que en este XIV Encuentro Internacional de Poetas, organizado por Roberto Reséndiz, confluyeron y compartieron escena diversas tendencias de la poesía hispanoamericana actual. El organizador ha acertado al convocar poetas de diferentes generaciones, formaciones, propuestas y contextos. Sin discriminar entre edades, géneros o poéticas, Roberto Reséndiz ha ofrecido al público asistente seis maratónicas plenarias de poesía y una conferencia sobre la historia del bolero a cargo del colombiano Carlos Arboleda. La práctica cultural de leer poemas en público tiene varios elementos que podrían identificarse como residuales, es decir provenientes de otras causalidades estructurales. Hablemos del caso específico de este encuentro: las lecturas se organizaron en la plazoleta cubierta del Centro Regional de las Artes de Zamora. En medio de dos exposiciones de arte (fotografía y pintura) se instaló una tarima de unos setenta centímetros de altura con una mesa rectangular con mantel blanco y un equipo de sonido (consola de varios canales) operado por un ingeniero de sonido pendiente a todo momento de mantener tres micrófonos funcionando. Frente a la plataforma, el público se acomodó en siete u ocho filas de sillas con espacio para unos ciento veinte asistentes sentados, aunque en los momentos de más audiencia se calculaban unas doscientas personas pues el espacio permite asistir de pie al evento. Detrás de una columna en el extremo opuesto de la pequeña plaza se instalaron unas mesas para exponer y vender libros de los escritores participantes. Una mesa con una cafetera se localizó discretamente a la vuelta de una esquina y se mantuvo siempre azúcar, agua, café instantáneo y en preparación. Un grupo de jóvenes edecanes (todas chicas vestidas con trajes de color blanco y negro) se encargó de hacer la presentación de los escritores, controlar el tiempo y vender los libros. Reflexionemos sobre este espacio y esta parafernalia. En primer lugar, el espacio público se ha dividido en tres segmentos: un espacio entronizado para los poetas, un espacio para público sentado que viene con la intención de escuchar las lecturas y un espacio comercial donde se distribuyen (venden) objetos alegóricos. Con solemnidad se anuncia la entrada de los poetas y en estricto orden cada uno toma el micrófono y hace su lectura o interpretación (ya veremos la razón de esta distinción); el público en mayor o menor medida reacciona a las lecturas aplaudiendo, comentando en voz baja o simplemente asintiendo con la cabeza. En el intermedio entre cada plenaria de poesía, jóvenes estudiantes y periodistas entrevistan a los poetas que acaban de presentarse. Algunos de los asistentes compran un libro de su poeta favorito y le piden una firma probablemente acompañada de una fotografía tomada con un teléfono celular de última generación. La descripción anterior revela varios aspectos de la práctica cultural de leer poemas en público: el primero es la ritualización de la lectura, la sacralización del espacio para la palabra poética y la separación por medios materiales (tarimas y micrófonos) entre aquellos que vienen a leer y quienes vienen a escuchar. Desde esta perspectiva, la experiencia semeja un ritual religioso. El segundo es la emergencia de una esfera pública puesto que al presentarse frente al público en compañía de otros poetas cada uno se expone a la comparación. Cuando un poeta se presenta, sus compañeros de mesa se convierten en audiencia y de alguna forma en público entronizado pues la tarima los hace visibles. Independientemente de la voluntariedad de sus actos o gestos, cada poeta es juez de sus compañeros a quienes escucha y con los que es comparado. Aquellos que asisten como público leen de forma paratextual los gestos y las actitudes de los miembros de la mesa. El tercer aspecto es el consumo de bienes culturales, bien sea escuchando las lecturas o adquiriendo libros.
Siguiendo el símil del ritual religioso, podemos afirmar que la práctica cultural de leer poemas en público como se observó en este encuentro sigue un modelo coreográfico heredado de manera residual del cristianismo. El espacio descrito es muy similar al de una catedral en la que desde un altar se predica ‘la palabra’ a unos feligreses que asisten y ‘comulgan’. El área dedicada a la exposición y venta de libros nos recuerda los kioscos que venden estampitas de santos, veladoras, biblias y catecismos entre otras cosas, en el extremo opuesto al altar de la catedral. (...)


Mario Dux Castel (México, 1971)

Sin lugar a dudas Mario Dux Castel ha alcanzado el nivel más alto de sofisticación entre los poetas de la vanguardia experiencialista. Dux Castel encarna la oralidad que se resiste a la dictadura del grafema y lo combina con recursos tecnológicos como el megáfono y la consola de sonido. Se trata de una propuesta de época que integra elementos como latas vacías, aliteraciones, onomatopeyas, ecos y presencia escénica. Mi única sugerencia sería que se asegurara de documentar de manera audiovisual sus presentaciones pues ello facilitaría la permanencia de su obra a través del tiempo y podríamos estudiar las variaciones que sufre un texto al ser presentado en contextos diversos.

Mayda Colón (Puerto Rico, 1975)

Mayda Colón hace un aporte tan valioso como el de Dux Castel pero sin incluir recursos electro acústicos. Su poesía es como su cuerpo que se convierte en caja de resonancia para llenar de color musical la sincronía de sus textos. El aporte de Colón radica también en su alto sentido del ritmo que, con un sonido entre urbano y melancólico, da testimonio de nuestra época. Mayda Colón es asertiva, directa, musical y deslumbrantemente honesta. Su presencia en el escenario es su espacio ideal para ser, sin límites. Mi pregunta para Mayda sería ¿Crees que un poema es la obra de un autor único o de una colectividad, de una época?


Mónica González Velázquez (México, 1973)

La obra de Mónica González debe entenderse en dos niveles: como creadora de libros-objeto y como poeta que combina recursos orales para cuestionar la hegemonía de la sincronía textual. Los libros objeto de Mónica emergen como una forma de resistencia en la época en la que la categoría del consumo es un recurso de canonización impuesto por el mercado y las clases dominantes. Su trabajo en miCielo ediciones invierte la categoría de la reproducción masiva y reconcilia al poema con la exclusividad del original o la edición limitada. La excepcionalidad pasa del sujeto autor al libro objeto que lo sustituye. Sus poemas indagan sus debates ontológicos, cuestionan su realidad vital, su existencia.

Tonatihú Mercado García (México, 1977)

Cuando Tonatihú Mercado García se pone una máscara para interpretar sus poemas frente al público impone una identidad escénica sobre su existencia individual. Los espectadores vemos a Tonatihú convertirse en otro; otro ser que quiere ser más real que el poeta. Pero Mercado García permanece allí como una tachadura y, debajo de la máscara y de sus cambios de tono, lo que vemos es a un escritor que al ponerse una máscara se desnuda y se revela. La máscara y la teatralidad son la herida por la que se desangra el sujeto, la persona de Tonatihú Mercado García. Mi recomendación sería reflexionar más sobre la poética del silencio puesto que la presencia escénica de su palabra en momentos parece querer abarcarlo todo, procesar toda la realidad y entregársela al espectador sin esperar que colabore en la creación del efecto poético.

Mario Puglisi (México, 1980)

Mario Puglisi termina sus poemas verbalizando un signo de puntuación, dice “punto”. Este detalle recuerda que la oralidad no desaparece por completo en la escritura y que los signos de puntuación están ahí para indicar la manera en que debemos respirar al decodificar el texto. Su minúscula señalización de la convivencia entre lo oral y lo escrito empata con su poética que propone también la convivencia entre la experiencia y el poema. Mi única sugerencia sería evitar que El impulso de tocarlo todo se convierta en el impulso de nombrarlo todo pues aunque sus poemas están más cuidados textualmente que los de Mercado García, subsiste en medio de los vacíos una tendencia a extenderse en todas las direcciones posibles, Punto.

Natalia Aristizábal (Colombia, 1982)

Aunque Natalia Aristizábal comparte con los poetas de la vanguardia experiencialista la irreverencia y el descreimiento ante el establecimiento hegemónico, lo cierto es que de todo este grupo ella es la escritora que linda más en el espacio de dominancia sincrónica del texto. Su trabajo busca despertar una consciencia colectiva de carácter social y su presencia escénica es una invitación a actuar a favor de una causa. Concentrarse tanto en el mensaje no le ha permitido depurarse más en la forma. Estoy seguro de que compartir espacios con poetas como Mayda Colón y Mónica González, es lo mejor que le ha podido suceder a la carrera de Natalia que cada día avanza más en su trabajo con el lenguaje.

Maribel Longueira (España)

Dificultades técnicas impidieron la presentación de su obra en la plazoleta del Centro de las Artes. En la antología observamos una muestra a blanco y negro de su propuesta en la que combina composiciones visuales con textos. Una sincronía textual sobre la simultaneidad visual que obliga a leer en lo profundo de la imagen y en la dirección del texto. La lectura, aunque silenciosa, también es contra hegemónica.

Nicolás Linares (Colombia, 1982)

La propuesta de Nicolás Linares combina elementos encontrados en la teatralidad de Mercado García y en la de Dux Castel fuertemente condimentados con una dosis de proselitismo; su presencia escénica reclama justicia social con vehemencia pero a la vez celebra la vida vivida como una sola experiencia poética. Linares busca el poema más en la prosa del mundo que en el lenguaje. Pienso que si colaborara en proyectos con poetas como Dux Castel, Linares podría desarrollar propuestas interesantes en la vanguardia experiencialista. Cuando Nicolás recitó de memoria el poema “Sudaca” de Ricardo León Peña Villa, los asistentes sentimos el cambio de textura en el trabajo con el lenguaje; Peña Villa ha creado un texto que respira por sí mismo y logra abarcar y acaso desbordar a su intérprete.

La palabra autónoma:

Dos cosas distinguen a la poesía moderna de la medieval: la existencia casi indispensable de un sujeto histórico al que se llama autor; una persona a la que se atribuye el merito de la obra y, en general, la hegemonía de lo escrito sobre lo oral. El poema se convierte en la materialización de una ‘verdad’ interior que revela un valor intransferible y exclusivo del autor. El autor histórico se convierte en sujeto excepcional y al revelarse en el artefacto del poema reclama reconocimiento en la esfera pública. El poeta de la época moderna cree que el lenguaje es una forma universal de la razón que él ha descifrado y aprendido a controlar por medio de cuidadosas formulaciones. El gran problema de los poetas de la época moderna (Siglo XVI al XXI) es que se toman demasiado en serio. Algunos incluso reclaman la reverencia que la religión católica les ofrece a sus arzobispos. La categoría del consumo, impuesta por el mercado, contradice los medios históricos de generación del canon. Me explico, algunas instituciones como la academia y las revistas de crítica literaria han cumplido históricamente el papel de discernir entre las obras que merecen o no entrar en los programas educativos donde se forman la gran mayoría de los lectores. Los académicos y los ‘críticos’ se presentan como lectores excepcionales con la autoridad necesaria para calificar o descalificar una obra. Lo reconozcan o no, el mercado y la crítica literaria son siameses. Las palabras claves aquí son reconocimiento y consumo pues nombran el espacio de disputa en la esfera pública. En todas las ocasiones (a pesar de que algunos dirán en voz alta que no), los poetas fungen como críticos de sus contemporáneos y al hacerlo algunos logran crear un séquito que puede convertirse en corriente, escuela o movimiento. No obstante, la historia y la causalidad estructural son al final el algoritmo poético de una época. Yo podría (nótese que hablo en primera persona pues no me puedo salir de mi condición de sujeto moderno) leer la antología del encuentro como la obra de un solo poeta. La obra de ese poeta al que llamaría Siglo XXI tendría las siguientes características: se presenta como novedosa aunque en ocasiones reconozca la importancia de la historia de la literatura; nombra la excepcionalidad de un sujeto que necesita aclarar en la esfera pública los matices de su sexualidad; es muy prolífica pues, como quien compra la lotería, busca más opciones, más posibilidades; experimenta con la forma pero no cuestiona las carencias de la vanguardia; se ha concentrado tanto en los pronombres Yo (a veces nosotros) y Tú que la tercera persona (es decir el personaje) ha casi desaparecido; puede tras-codificarse casi toda en una sola expresión “Digo luego soy”. Como poeta Siglo XXI es un ser incompleto y por ello canta su estado de evocación o esperanza, el duermevela de su existencia contradictoria en una modernidad inacabada y construida sobre relaciones feudalizantes todavía muy efectivas. Siglo XXI sabe que este momento es quizá el peor en la historia para ser un poeta moderno pues la multiplicidad de canales y la saturación de mensajes terminará por disolverlo en un anonimato relativista como los resultados de una búsqueda en la internet; no obstante Siglo XXI entiende que precisamente es ahora cuando más se hace necesario escribir poemas, pensar en la poesía y hablar de ella. Con el segundo aire que ha tomado la utopía moderna del desarrollo indefinido (pensemos en la manera en que las telecomunicaciones han avanzado en los últimos 15 años) el oficio del poeta vuelve a ser, el mismo que tuvieron los escritores del renacimiento, traer nuevas músicas a la lírica española. Nótese que hablo de un compromiso formal y no de contenido pues en la diversidad de ideas y experiencias radica la riqueza de la obra de Siglo XXI. A continuación unas palabras sobre la obra cada uno de los poetas (aquí cada uno recupera su individualidad) que harían parte de la llamada palabra autónoma:

Alejandro Campos Oliver (México, 1983)

Sus poemas revelan un trabajo de cuidado con el texto y un proyecto de escritura ambicioso. En ellos se establece una conexión de causalidad entre la naturaleza y la interioridad de la voz poética que se asume excepcional porque ha descubierto una estética de las correspondencias. La naturaleza es la epidermis de su voz poética que se hace cifrada y difícil a voluntad. Una pregunta para Alejandro ¿A qué le temes?

Álvaro Baltazar Chanona Iza (México, 1962)

Como un testigo de la historia, Chanona Iza reconcilia el mensaje social con la forma. Sus poemas están permeados por la realidad por la estructura de sentimiento de la que habla Raymond Williams. Sus textos son certeros y despiertan conciencias.

Angie Lucía Puentes (Colombia, 1992)

¿En la actualidad, es posible desprender un poema del sujeto que lo escribe? Si el poema ha de defenderse solo como un pájaro arrojado del nido para que vuele o muera en la caída, debemos aceptar que el comentario sobre la obra nada nos dice del futuro del poeta sino que nos habla de su pasado. Los poemas de Angie Lucía Puentes son el testimonio del descubrimiento de una vocación. En ellos la voz poética “proclama” e “intuye” mientras literalmente comienza a respirar. Una pregunta para Angie ¿Sabes que un poema no es una ocurrencia feliz?

Antonio Campos Villagómez (México)

El desencanto y el tono de sinceridad marcan estos poemas. A veces denuncia al otro pero lo comprende “Sotanas eróticas se perdonan sus pecados/ con el único objeto de volver a repetirlos”. Si el cuerpo del poeta fuera una nave, Antonio Campos se reconoce como el capitán que la dejará al garete y se hundirá con ella.

Arturo Accio (México, 1975)

En estos poemas la voz poética nos representa el mundo como un texto, como un entramado icónico tan gráfico como acústico; por otra parte esa voz poética habla de la vida como un jeroglífico que revela el misterio de la escritura. La creatividad está al comienzo y el fin de este ciclo que comenzó con una revelación “una pistola en la sien es algo fácil”.

Astrid Lander (Venezuela, 1962)

Si un sujeto, en este caso la poeta, pudiese convertirse en una hilera de palabras que se extendieran por los aires sin separarse hasta tocar a su otro, a su narratario, a veces a su sombra, los poemas de Astrid Lander habrían alcanzado su lugar de permanencia y sosiego. La poeta sabe que entre la voluntad y el acto hay una brecha. La escritura es un rastro, el testimonio de su paso “Por un sendero de vueltas”. Al leer sus poemas, la seguimos y quizá agigantamos su sombra porque sus versos nos llevan y nos invitan a dialogar con la literatura medieval y con la historia.

Blanca Álvarez Caballero (México)

Blanca se sale del Yo y se desdobla en Ellas pero en su primer poema no logra abarcarlas desde adentro y las canta desde los sentidos: desde el tacto, el gusto, el oído, el olfato. La frescura y transparencia de su lenguaje resaltan el valor de lo cotidiano y su lugar en el poema. El segundo texto ha consumado la focalización y se nos presenta más logrado. Una pregunta para Blanca ¿es posible que exista un poeta sin género?



Christian Fernández (España)

En estos poemas encontramos la escritura al servicio de la existencia, la cotidianeidad del sujeto moderno. Se trata de reflexiones y declaraciones hechas desde la experiencia.

Conrado Alzate Valencia (Colombia 1962)

Conrado Alzate muestra su oficio de escritura al entregarnos poemas focalizados en la voz de objetos cotidianos “muros”, “baldosas”, “ventanas”, “puertas”. ¿Podría hablarse de un gongorismo conceptual? La propuesta poética de Conrado merece atención pues ha disuelto el “Yo” a favor del objeto que lo sostiene y del grupo que lo acoge “nosotros”.

David Rosales Aragón (México, 1965)

La poesía de David Rosales logra una altura formal y conceptual excepcional. Al igual que Conrado Alzate, Rosales Aragón se ha desprendido de su excepcionalidad de sujeto moderno para liberar a la voz poética de la necesidad de justificarlo en la historia. Los poemas “Viento” y “Polvo” nos evocan de forma tangencial el conceptismo barroco pero con una música actual y mesurada. Rosales Aragón, sin duda, tendrá un espacio en el canon literario mexicano y ojalá en el continental.

Elizabeth Torres (Colombia, 1987)

Aunque es bastante joven, Elizabeth Torres tiene una carrera literaria que se extiende por casi veinte años. Sin duda, la experiencia le ha ayudado a depurar formalmente su propuesta. En sus textos vemos que asume la escritura como una forma de vida, como una prolongación o eco de su existencia.

Fanny G. Jaretón (Argentina)

Los poemas de Fanny G. Jaretón revelan la escritura como un espacio para el ritual y el ejercicio de la memoria. Su propuesta alegórica es muy personal y en ello radica su poética de las correspondencias, el universo de los encuentros.

Fernando Luis Pérez Poza (España, 1958)

Los poemas de Fernando Luis Pérez Poza son evocaciones de encuentros donde la interioridad se disuelve en una exterioridad cómplice. Su estética de las correspondencias, entre el “Yo” y el mundo que lo abriga, surge de la voluntad del sujeto (la voz poética). No obstante, el poema funge como testimonio de esos encuentros y como queja por su insuperable fugacidad. El poeta vive en una faena interminable e infatigable como Sísifo.

Francisco X. Fernández Naval (España, 1956)

Al leer los poemas de Fernández Naval algo cambia en el ambiente. El poeta logra transportarnos a diferentes espacios, con sólo unos trazos o sugerencias. La voz poética viajera evoca y nos indica cómo el devenir del viaje afectaba la estructura de sentimiento. El trabajo con el lenguaje es impecable y la musicalidad (acaso filtrada del gallego) destaca en la epidermis del texto con la sutileza y la persistencia de una huella digital del verbo.

Gustavo Tisocco (Argentina, 1969)

En el poema “Corazón de níspero” Gustavo Tisocco hace una cartografía de su infancia, un mapa de la memoria que al ser comparado con la actualidad revela permanencias y desapariciones. El poema “las hienas” es digno de incluirse en una antología de poemas sobre la experiencia urbana. Tisocco reproduce de forma verbal la arquitectura de un edificio de apartamentos y nos revela la, acaso, descomunal humanidad de sus habitantes. Sin duda el logro formal está en hacer un realismo poético y cotidiano.


Irma Ruth Del Ángel Del Ángel (México, 1966)

Los poemas de Irma Ruth Del Ángel nos recuerdan la fragmentación corporal que usa Vallejo en sus Poemas Humanos. El recurso inductivo es bien manejado por la poeta que le habla a un narratario muy específico, probablemente con existencia real.

Jaime Miguel García Balandrán (México)

Los poemas de García Balandrán (Jaime Garba) tienen un tono irreverente que le sirve para reflexionar en el lenguaje. El primer texto nombra un personaje “El Mente” al que la voz poética parece conocer. Junto a una reflexión ontológica se exponen señales de la realidad histórica de México. El segundo texto “Cielo” presenta casi un silogismo sobre la existencia del universo analizada desde la perspectiva del sujeto moderno, es decir, desde la razón. Una pregunta para Jaime ¿escribir poemas es un don o un mérito?

Jorge Valbuena (Colombia, 1985)

En los poemas de Jorge Valbuena la idea del intelectual orgánico que presenta Gramsci adquiere una voz poética latinoamericana. La “Galería de sombras” es un recorrido por el conflicto colombiano, por sus consecuencias y por las causas que lo mantienen vigente. En “Subienda” la personificación de la contradicción social y la voluntad del sujeto se presentan en metáfora de hombre y pez que corre por sus venas. Hacia el final del poema casi como un estrambote vemos que la consciencia del sujeto se ha trasladado al pez.

Jorge Manuel Herrera (México)

Jorge Manuel Herrera ha alcanzado un balance entre el sujeto histórico y el personaje poético que difícilmente se encuentra en nuestra literatura actual. En el poema “Vandalismo” encontramos alegoría, reflexión ontológica y consciencia histórica. En “Si no puedo” la voz poética sufre una crisis epistemológica producto de su cuestionamiento de la modernidad “¿De qué me habla la razón?” Al final la poesía que desborda la razón moderna aparece como un lazarillo que levanta al poeta.

José Antonio Santos Guede (España, 1971)

Los poemas de José Antonio Santos son composiciones hechas con la acumulación de motivos urbanos. El sujeto persiste en un collage de imágenes que resaltan su insignificancia. El poema “Hace tanto que no lloro…” está marcado por un tono actual y realista. El poema “Palabras que en mi alma” en contraste del otro es más una preocupación personal, un esfuerzo de auto reconocimiento.

Jorge Enrique Ramírez Aguilar (México, 1983)

Los poemas de Jorge Enrique Ramírez Aguilar son el testimonio de una experimentación con la capacidad onomatopéyica del lenguaje. La pretensión, sin duda, es explorar los límites de la musicalidad y el sentido. Una pregunta para Jorge ¿Es hora de una nueva vanguardia como creacionista?

José Miguel De La Rosa (República Dominicana)
José Miguel De La Rosa es un paisajista urbano con ecos rurales como memorias. Poemas bien cuidados en lo formal y depurados hasta llegar a lo estrictamente esencial. La poética del silencio y la cadencia entre-cortada como la respiración hacen que el lector se encarne en la voz poética que a su vez es ojo en la ciudad, un sujeto anónimo pero real.

José Ramón Fernández Morgade (España, 1961)

Los poemas de José Ramón Fernández están marcados por una búsqueda muy personal de identificación, aceptación del otro y reconocimiento. Son poemas muy para el autor y la persona que los inspiró.



Juana M. Ramos (El Salvador)

Los poemas de Juana M. Ramos revelan una sensibilidad desencriptada a favor del lenguaje. El narratario de sus poemas parece ser un sujeto, o grupo de sujetos, reales. El poema se convierte de esta manera en la última palabra de un diálogo que antes parecía estar hecho de gestos y ahora por primera vez se verbaliza. La voz de Juana, sin duda, pronto alcanzará un lugar entre nuestras poetas más destacadas.

Julio César Arciniegas Moscoso (Colombia, 1953)

La poética de Julio César Arciniegas representa un universo de correspondencias ensombrecido por la muerte que las hace truncas. La voz poética puede fundirse con el medio ambiente resolviendo en el poema la ironía de la muerte. Hay un toque de surrealismo que marca las metáforas de sus textos.

Laura Ávalos (México, 1980)

El poema “Pre Textos” puede leerse de dos maneras diferentes: como el reconocimiento de la estructura de sentido de nuestra época y como un manifiesto que propone reconocer lo poético en el día a día. El segundo texto ‘San Jorge” tiene un tono tan personal que luce autobiográfico. Como en la poética del 98, este texto canta y cuenta. Por otra parte, desde una perspectiva alegórica puede pensarse que el cuarto del hotel representa la unión de los amantes en la estación temporal de la vida. Si el cuarto fuera el cuerpo el poema sería el hijo de los amantes, el fruto de su unión.

Leopoldo González (México, 1963)

Los poemas de Leopoldo González son meditaciones sobre la continuidad del tiempo. Todas las conexiones son válidas y razonables pues se trata de una experiencia que se comparte con el lector.




Madeline Millán (Puerto Rico)

Los poemas de Madeline Millán tienen como narrataria a su hija. Los marcan la sinceridad y el deseo de que la experiencia, como el color de los ojos, pueda heredarse. La poética de Medeline en estos textos sería una genética de las palabras que se entregan a su otra como la leche que la amamanta.

María Yrene Santos (República Dominicana)

Sin duda María Yrene Santos es una de las poetas vivas más importantes en lengua española. Sin abandonar su subjetividad, el excepcionalísmo que marcó las generación del 80, ahora nos entrega unos poemas donde la voz poética celebra otras existencias, otras verdades. Santos ha entendido, como los grandes poetas, que su voz le pertenece a todos. Hay un cambio epistemológico notorio entre sus trabajos previos y estos poemas donde la voz poética se presta como instrumento, como flauta, para que seres anónimos canten la memoria de sus vidas.

Miguel Ángel Toledo (México, 1963)

Los textos de Miguel Ángel Toledo son poemas de largo aliento. Es notorio su trabajo con el lenguaje a nivel formal y conceptual. El primer texto presenta una reflexión sobre el papel de la voluntad moderna en contradicción a la realidad material, el sujeto tácito del texto es el hombre en su condición más humana: el deseo de ser. El poema “Conversación epistolar” logra desdoblar la voz poética y cantar la realidad del autor convertido en un personaje del que se habla en pretérito. El poema es el testimonio de que algo ha cambiado; la voz poética cuestiona y, al cuestionarse cambia, evoluciona. Sin duda, aquí hay una veta de estudio para quienes se interesan por la literatura comparada pues la obra de Walt Whitman y la de Toledo entran en diálogo conceptual.

Obdulia Ortega Rodríguez (México)

En los poemas de Obdulia Ortega las metáforas del cuerpo y los fluidos corporales son la personificación del lenguaje. El tema principal de sus textos es la voluntad y su materialización en el acto de escribir. Estoy seguro de que, una vez pase la etapa de exposición de motivos, su obra alcanzará relevancia y eco crítico.

Olga Liliana Reinoso (Argentina)

La voz poética le sirve a Olga Liliana Reinoso para reafirmarse y cuestionarse como sujeto que se considera excepcional dentro de lo cotidiano. Es obvio que esta contradicción es el combustible del texto y la chispa que lo ignita.


Olimpia Badillo Iracheta (México)

Las “Ligerezas” de Olimpia Badillo son un compendio de ironías y revelaciones que exhiben la esfera privada y la interioridad del sujeto con franqueza y serenidad. La voz poética transita libre y sin ataduras por las líneas construidas con un lenguaje bien cuidado por la autora. Como en el caso de Gustavo Tisocco, el mérito está en hacer un realismo poético, cotidiano y personal.

Osiris Mosquea (República Dominicana)

La poesía de Osiris Mosquea es una indagación por la identidad, los poemas son el testimonio de sus reflexiones sociales y ontológicas. Leer sus textos es viajar hacia el centro del sujeto, hacia los discursos fundacionales de su voz y los motivos de su canto.

Paulina Jusko (Argentina)

Un caligrama que trata de conciliar contenido y forma con efecto visual es el aporte de Paulina Jusko a la antología. El segundo texto muestra que el poema es también un espacio para hacerse preguntas.

Refugio Pereida (México, 1970)

Los poemas de Refugio Pereida se localizan a medio camino entre una estética de las correspondencias y una mirada irónica en el sentido propuesto por Octavio Paz. La voz poética se desplaza de la interioridad del sujeto que, en principio, se identifica con la naturaleza hasta el reconocimiento de que la voluntad las hace diferentes “simplemente, no tenemos los mismos objetivos”. Estos poemas son el testimonio de un desprendimiento ontológico y del surgimiento de una consciencia individual “tu rostro tiene más palabras que tu propia lengua”. La obra de Refugio Pereida merece atención y resonancia crítica.


Roberto Arismendi (México, 1945)

Los poemas de Roberto Arismendi están llenos de certidumbres; la voz poética se representa madura y reporta una reflexión que tuvo lugar en el pasado. El poema es testimonio de la experiencia y celebración de un encuentro con el otro que también sirve de narratario y de lector ideal.
Susana Rozas (Argentina)

El poema “Carcelería” se construye como respuesta a una interpelación que desata la contradicción de la voz poética “No es cierto que pinté esta cárcel”. Estos poemas reflejan la permanencia de un sujeto moderno que se muestra, se descubre, en la escritura.

Nueva York, julio 12 de 2010

Carlos Aguasaco Ph. D.
aguasaco@hotmail.com
www.artepoetica.com
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